El viento se desliza en ellos. Recorre con una perfección única cada lugar de sus entrañas. Comienza romanticamente por sus hojas, las que danzan sin importarles si el mundo gira o se detiene, sólo danzan. Se arriesga a adentrarse por sus ramas, consiguiendo un leve movimiento que combina perfectamente con sus románticas amigas. Su tercer paso más penetrante aún, pero conservando la elegancia, es hacer que el tronco sienta lo que sus compañeros quieren decir. Ésta, me atrevería a decir que es mi instancia favorita, la danza de un árbol.
Se miraban los brazos. Ambas en un mismo baño, ambas sangraban. En sus ojos se escondía un profundo terror, no entendían por qué. No había nada que entender.
Las lágrimas dicen más que la sangre, en su recorrido dejan cicatrices imborrables. Alicia no era de palabras, le importaban más las miradas. Las conversaciones ajenas a las que concebía con su hermana le molestaban, pero como nadie, sabía leer las miradas. Siempre fue la primera en la clase, refugiaba su dolor en los estudios, no le gustaban los riesgos, y nunca le había dirigido la palabra a un chico.
Un corazón que no tiene amor late con otro pulso y jamás podrá encontrar el indicado para amar. Ana era la gemela de Alicia, compartían los mismos ojos, pero distintas miradas. Ella era más extrovertida, por esencia arriesgada, no le temía a nada, decía que ya lo había vivido todo. No era amiga de los estudios, ni mucho menos de las reflexiones. Su mundo se basaba en la superficialidad, por el hecho de que su madre siempre la encontró más bonita.
Mirando al suelo como de costumbre caminaba Alicia, sus vestiduras eran negras y su peinado le tapaba la cara, no la dejaba ver a los demás, más bien, no quería ver a los demás. Anhelaba que esa caminata entre la escuela y su casa no acabara nunca. Por lo general se detenía en una plaza a mirar los árboles, eran el único pulmón que tenía para respirar. Pensaba que le gustaría ser como ellos, libres, hermosos, sin miedo a crecer, sin miedo a pensar. Le tenía un profundo miedo a pensar, porque de alguna manera tenía que encontrarse consigo y no quería recordar que estaba viva. Los árboles le entregaban seguridad, le encantaba mirar cómo el viento hacía lo suyo con ellos, y estos respondían con aún mayor elegancia, moviéndose y sólo con la necesidad de ellos mismos para mantenerse en pie.
-Eric es un completo imbécil- susurraba Alicia entre sollozos. Ana creía todo lo contrario, de hecho lo amaba más que a su madre. Entre ellas nunca se pusieron de acuerdo ni siquiera para elegir la televisión. Eric era el esposo de Carolina, la madre de las gemelas, quien era un don nadie. Su voz en esa casa sólo valía para ver qué comida se hacía, pero nunca hizo nada. Nada se podía hacer.
Carolina, era una hija de puta, sí, hija de puta, -el único pensamiento compartido entre hermanas-.
Comprenderán, una era fea e inteligente, la otra linda y estúpida. Ese era el discurso de su madre.
Los árboles no saben de espacio. Los árboles no saben de tiempo. El viento les susurra un canto. Ellos mueven su cuerpo. La perfección esconde sus secretos en las anomalías. Un árbol por más igual que se vea a otro, tiene un rasgo distinto, el que lo diferencia de otros árboles que lo hace mantener su esencia. Cuando se juntan dos árboles y el viento comienza su cantar, por lo general mantienen una danza similar. Este árbol no. Simplemente no se movía, el viento soplaba una hermosa melodía, y él, estático, como las niñas cuando veían entrar a su madre en su hogar.
Corre, corre, ¡CORRE! Como de costumbre despertaba así. En medio de la noche, cuando el sol aún no daba vida a la ciudad, ella estaba despierta. Su sueño (o pesadilla) siempre era el mismo: un pasillo desmantelado, donde la luz no era amiga de nadie y sólo sentía sus lágrimas correr. Se caía sintiendo que su madre la iba a alcanzar, luchaba por ponerse de pie, pero el suelo era más fuerte. Ana le gritaba que corriese.
Su soledad era constante, es más, su mejor amiga. Amaba poder mirar; en las noches corría el pelo de su cara y se sentaba en un extremo de la cama a mirar la ventana. Veía árboles. En su interior quería ser como su hermana, dejar de ver árboles e ir a sentirlos. Cuando los árboles dejaban de moverse, veía su reflejo. Aunque se repitiera todas las noches la misma rutina, siempre quedaba impactada con sus ojos. Ella que podía sentir la mirada de los otros, nunca pudo saber qué quería decir su mirada. Se odiaba. Odiaba tener los ojos de su madre, pensaba, por eso no le gustaba pensar, le recordaba que era hija de su mamá. Aún no sabía para qué seguir en pie.
Eran pasado las 3 de la mañana cuando siente que su ventana se abre, era Ana. Siempre le sorprendió a Alicia el coraje testarudo de Ana. Su madre las pateaba en el suelo, pero ella siempre manteniendo su toque de rebeldía, no acataba órdenes, se escapaba, le iba pésimo en el colegio. La única vez que Alicia habló seriamente con su hermana, fue aquélla que hablaron de su rebeldía: Ana le mostró sus manos, estaban rotas. Le dio a entender lo que podía llegar a hacer Carolina, pero eso no era suficiente para callarla. Dijo que un día vio a su madre llorar, y con eso su deuda fue saldada. Ella sabía (o quería creerlo) que su madre era completamente infeliz, incluso se atrevía a decir que también se odiaba a si misma. Por eso Ana comenzó a ser de su manera, su dolor era pasajero, el de su madre imborrable.
-¿Dónde estabas?- susurro Alicia.
-Donde Claudio... Qué haces despierta a estas horas.
-Eso da lo mismo, ¿Qué hacían?
-Pues carretear, qué esperabas.
-No mucho de ti claramente, ya anda acuéstate antes de que se despierte.
-A que no sabes lo que me pasó.
-¿Qué?
-Un chico preguntó por ti.
-¿Quién?
-Adivina.
-No sé, ya dime luego antes de que me enoje.
-Jorge, el que vive en avenida Italia, a tres cuadras de la escuela.
-¿Y qué dijo?
-Nada mucho, estaba algo ebrio, pero ya sabes, los hombres mientras beben dicen la verdad. Dijo que le encantabas, cosa bastante rara, pues, tu me entiendes.
Luego de esa conversación, Ana se fue a dormir. Alicia por más que intentó no pudo. -Un chico- pensaba a sus interiores, -¿Yo... un chico?-. Era inconcebible. Ella que nunca había intercambiado siquiera una mirada con ese tal Jorge ahora dice que “le encanto”. Jorge era de los “minos” de su colegio. Este año salía de enseñanza media e iba seguramente a vagar en su vida. Al igual que Eric era un don nadie para esta vida, aunque por lo menos su padrastro había estudiado en la universidad, Jorge para qué hablar, no se dedicaba a nada.
Con una sinfonía única danzan las hojas de los árboles. Todas juntas, pero todas dispersas. Se mueven hacia todas partes, haciendo que el viento pierda su juicio. Hermoso sinceramente. Pero. Se caen. Siempre hay un pero. Las hojas no son tan fuertes como los árboles y se desprenden de él, quedando en un vacío de por vida, se desamarran de lo único que les da amparo.
Se besaron. Nadie lo creía pero así fue. Jorge, estuvo varios meses en sigilo, intentando seducir a Alicia, pero ella buscaba cualquier pretexto para no juntarse con él, incluso evitaba hablarle. Pero el tiempo les dio su espacio y el amor entro en sus vidas. Para ella fue eterno, para él... no sabría decirlo.
Aunque no quiera, así fue. La madre entró a su casa. Como de costumbre prendía un cigarro y se preparaba un café a esperar que la noche hiciese con ella lo que quisiera. Pero esa tarde fue distinto. Alicia estaba en su cuarto y Ana no llegaba. -Suena el teléfono-. Una lágrima calló por su mejilla, no era una broma, no podía ser el final. -Quién era- pregunta su madre. -Llamaron de la clínica, Ana calló por sobredosis.
A Alicia la vida la necesitaba fuerte, ella pensó un segundo en rendirse, pero no. Toda su vida fue criada creyendo que no podía intervenir en su vida. Pero no. Ahora no. Tenía una luz. -Quiero que viva, quiero que viva, quiero que viva- fueron sus palabras antes de despertar. Cuando le contó a su madre se quedó inmóvil, sin saber qué hacer. Carolina salió corriendo, pero antes empujó a su hija contra la pared, se pegó en la cabeza y calló inconsciente. Le dolía el cuerpo; nunca más.
-¿Va a morir?- pregunta la madre aparentando ser la mejor madre del mundo. -No lo sé, espero que no le pase nada al crío que lleva en su cuerpo. -Perdón doctor de qué me está hablando. -Acaso no lo sabe, su hija lleva tres meses de embarazo.
Carolina no dijo ninguna palabra más en vida. Se sentó y ahí quedó, con la tarde y noche haciéndola ver diez años más vieja.
La madre despierta con el doctor enfrente: -Todo está bien. Se levantó y camino hacia el vehículo. Su hija iba atrás siguiendo los pasos de su madre, sintiendo que el mundo la miraba con desprecio. No se miraron a los ojos en ningún momento. Un silencio tormentoso las acompañó en su viaje. Al llegar a su casa Ana corre a la habitación que compartía con su hermana, no estaba. Ni ella ni su ropa, nada. Encima del mueble encontró una foto de ellas dos riendo. La miró por un largo tiempo. Se sentó en la cama y vio el reverso de la foto:
Perdón. Te regaló la risa que alguna vez tuve. No sé si es lo correcto, pero es primera vez que tomo alguna decisión en mi vida, ojalá no le haga daño a nadie. Espero algún día entiendas, te amo.
Alicia
De esa tarde no se supo más de Ana y Carolina. Es más decir que Eric no hizo nada, los vecinos rumorearon que escucharon gritos hasta la madrugada, un vidrio roto y silencio. En el silencio quedaron. A veces en la vida cuando no hay más que decir, el silencio es un buen compañero. Ahora ellas no tuvieron nada que decirle a la vida, para siempre.
La policía dijo nunca haber visto algo tan macabro: 3 muertos, la niña embarazada casi sin estómago. Es preferible no contar detalles para evitar morbo. Nunca se supo “quién fue”.
Él, salió del colegio, y como era de esperar, su vida se transformo en trabajos turbios para ganar algo de dinero. A ella, nunca le hablaron de sexo, y como también era de esperar, quedó embarazada. Al enterarse de la noticia de su hermana se sintió culpable. Se autoflagelaba pensando en que si hubiese estado ahí sería distinto, si hubiesen sido más hermanas no se habría drogado, ni embarazado, mucho menos muerto. El destino es sabio, y quizás no de la mejor manera, armoniza la vida. El niño que cargaba su hermana no debía nacer, y bueno, por algo pasan las cosas. Alicia debía hacerlo. Se tenía que ir de ese ambiente, cambiar de rumbo para cambiar su vida. La criatura que llevaba en su vientre no podía convivir en ese entorno. Una de las noches donde aún vivía con su madre, sabiendo que estaba embarazada, se miró en la ventana. Ya no veía los árboles, si no el reflejo de su hijo. Se juró y le juró que nunca más los iban a pasar por encima, mintió.
Cuando se detiene un reloj, la vida se queda sin hora, pero no se fíen del tiempo, que cuando vuelve a avanzar, no hay quien lo pare. Ustedes saben como es el tiempo, saca sus garras cuando no tiene que hacerlo. El niño tenía dos años; la madre no vivía si no estaba con él. El padre de esa criatura ya casi no lo era. Nunca estuvo más de media hora al día con él y con gracia de Dios estaba en la casa. Javier era el nombre del bebé, quien lloraba cada vez que se alejaba de su madre, le temía a la soledad y en su fragilidad no sabía que hacer ya tiempo que estaba compartiendo con ella.
Madre e hijo lucharon solos.
Era un día gris, de un verano seco. Me pregunto si tenía que haber elegido ese día para ese momento, pero lo hizo. Si hubiese sido otro día hubiese pasado más desapercibido en la memoria del niño: en un día común pasan historias distintas. Ahora como he repetido fue distinto: en un día distinto pasan historias distintas. Esas historias son imborrables. Javier cumplía sus cinco años ese día gris del verano seco. Fue una de las últimas llamadas del día, su padre. Para el niño fue extraño escuchar su voz nuevamente, hace ya 3 años que no lo hacía. El niño llora y la madre corre a su auxilio. Contesta el teléfono y tampoco lo creyó, era él. Quería ver al niño, le tenía un regalo. Quedaron de juntarse cuando la luna rompiese el estático momento donde no tenemos esferas cuidándonos el cielo. No contaron con que era un día gris en un verano, por ende nunca hubo esferas en el cielo. Ellos llegaron con antes. El...
Los árboles dejaron su danzar, nadie entendió por qué, nunca hubo algo que entender.