La vida en su imperfección inventó a los hombres. Los hombres en su locura comenzaron a crear y crear. Se comenzó a producir un mundo muy compacto, donde para mantener la armonía siempre se necesita de algo para estar. Los semáforos necesitan del suelo, tanto como los autos necesitan los semáforos; y así todo comienza a tener esencia mientras se está en compañía. La guitarra sin sus seis cuerdas no es guitarra y cada una es tan imprescindible como la otra. Los árboles son tales por cada una de las meticulosas hojas que hay dentro de él. El ser humano necesita estar en compañía de otro, porque sentirse solo es el peor castigo que te puede entregar la vida. Pero en este mundo de coaliciones tan fuertes comienzan a vagar almas, almas que su aura no les permite tocar el suelo, almas que son las hojas caídas de los árboles, almas que sólo se entienden entre ellas y saben que por más que choquen jamás se podrán juntar.
Éstas parecen no pertenecer al mundo, sienten que por más que estén con alguien tienen una barrera imperceptible que los aleja de su entorno, son de aquellas que dan la mano sin sentir la mano del otro.
De a poco comienzan a acostumbrarse, quieren correr a donde creen que deben estar, pero las estrellas les mienten y de a poco se pierden en el olvido. No saben qué hacer, intentan ser iguales, camuflarse dentro de los camuflados, pero no pueden, se sienten como dos personas en un cuarto respirando distinto aire, como si estuvieran esposados intentando abrir los brazos al mundo al cual no pertenecen, sedientos de una libertad ficticia que se quedó en su árbol.
Caminan cansados del mundo, con una mano en el bolsillo y la otra ocupada por un cigarro que los complace durante algunos minutos, pero jamás sacándose de la cabeza el agobiante pensamiento de que el mundo se hizo para los hombres, y ellos no están en ese rango. No saben que creer, piensan que Dios es demasiado perfecto para caber en la cabeza de un ser humano y a la vez demasiado malvado para escapar de las mismas.
Se les trata como locos, desadaptados, anormales y nadie los puede entender porque ni ellos mismos lo hacen. Les gustaría sentir el amor, o aunque sea tener el contacto con alguien y reírse en conjunto, sin tener que fingir para relacionarse con el mundo.
No sé si pertenezco a ellos, pero sé que juego a un juego con el mundo, en el que él no me deja jugar.
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